Isabel Mascuñán, poeta nuestra

Rosa Campos Gómez

Enorme poeta, llena de sensibilidad y de elegancia, Isabel Mascuñán Triviño (1966-2023) tenía -y me cuesta trabajo ponerlo en pasado cuando todo es tan reciente- una risa tan especial que inundaba de luz el espacio donde te encontraras con ella, todo se volvía más claro y más chispeante; una risa repleta de salud, sí, porque la salud puede ubicarse en la tangente de cualquier parte del cuerpo que se empeñe en esquivarla.

Era, es, nuestra amada compañera en el Grupo Literario La Sierpe y el Laúd, y ahora todos estamos dolidos, con el corazón apretado por la pena que sentimos por su ausencia, junto a sus hijas y a su marido -su fuerza y apoyo incondicional-, a quienes mucho queremos.

De las personas con las que hemos ido apreciando la vida y aprendiendo nos queda su humanidad, reliquia que se nos va intercalando en los días para hacernos más conscientes de que gracias a ellas nos expandimos más allá de la propia silueta en un espacio sin fronteras en el que la melancolía se hace querer a través de la memoria, cuyo poder nos aferra a la verdad de lo que anduvimos en un ayer reciente o de hace tiempo, con gente tan nuestra como Isabel, con la que tanto hemos imaginado y caminado.

Formada en Filología Hispánica, aportaba su conocimiento y su alegría en tantos encuentros: para organizar recitales preparados con todo el grupo a puerta cerrada en el Aula Cultural de la calle Padre Salmerón, para recitar a puerta abierta en Cieza, en Murcia, en diferentes localidades; cenas literarias en los campos, en los áticos, cervezas en los bares cercanos… Encuentros que nos alegraban el alma. Genuinos los viajes, a Villamanrique, por ejemplo, donde recitábamos y escuchábamos poesía, y donde sustraíamos tiempo para vestir la mirada con arquitectura secular, con el seductor paseo por las calles que nos aguardaban, o para reírnos a manta tendida con nuestras cosas.

Y en el terreno más personal, si cabe, tanto que reconocer a Isabel… El hermoso prólogo que me escribió para Mesario –inmensas gracias, siempre, y aquella tarde cuando quedamos a las 7 en la Horchatería de los Valencianos y se nos hicieron casi las 10 de la noche, sentadas en la terraza, a la orilla del Paseo, degustando lo que nos apetecía mientras la brisa fresca nos zarandeaba el pelo y nos abanicaba la piel en ese agosto todavía cercano, mientras hablábamos de lo terrenal y de lo etéreo, mientras forjábamos proyectos… La realidad somera estaba presente, es cierto, pero también la vital esperanza, toda la que ella tenía y sabía transmitir como la mujer valiente que siempre ha sido.

Poeta que, además de obra inédita, ha dejado un legado de gran calidad en varios de los libros y revistas editados por La Sierpe y el Laúd: Suplemento literario. Número 3 (1987), Poesía Hoy. Número 7 (1990), A dos voces. Número 9 (1992), Veinte Años (2000), Diez más Diez (2003), a los que se le suman los textos que escribió para las diferentes presentaciones que ha hecho con el grupo sierpero; y publicado este mismo año, el cuaderno titulado Escritoras ciezanas. ocho-m, editado por la Concejalía de Cultura y Museos, y presentado el pasado marzo en el Museo de Siyâsa, donde recitamos, poniendo voz a su palabra poética, los versos que forman parte de la selección.

Isabel Mascuñán ha sido tejedora de amistades con nobleza, queriendo dar y recibir sin tasa, quizá porque sabía con precisión de lo efímero, y ha generado cultura allá donde haya ido, y derramado sobre el papel su sentir, compartiendo.

Su poesía es intimista, habitada de ternura, en la que el ritmo y la armonía ofrecen sentido y belleza, “…mide con incertidumbre pulsos antiguos, / clarea, como las piedras del río, / bajo el agua. / Con su transparencia de ámbar, / con su verdad adorable, / se mece sobre las cañas, / dulce pájaro de luz sobre los árboles”, creadora de versos que se despliegan amorosamente, con gran sutileza: «Se me mojaron los pies / de sonrisas tuyas / que me llovían cuando no estabas; / ahora pasa que ando descalza / pisando trocitos punzantes de la ausencia.»